Por Amaro García Cuevas - @amaro_gc22SFC
Como ya vimos en el capítulo anterior, una mala jugada pudo llevar a la cárcel a un muchacho de 22 años al causar involuntariamente la muerte de otro jugador.
¿Eran inusuales los accidentes fatales? Por desgracia, no.
Ni antes ni ahora. En 1925 hubo otro caso luctuoso, esta vez en Valencia.
Durante el partido celebrado entre el Club Deportivo de
Torrente con el Reserva, uno de los jugadores, apellidado Lluliá, dio una
patada en el hipognetrio a otro compañero llamado Manuel Torrijos, matándolo.
(El Defensor de Granada 30/11/1925)
Pero no todos los
percances futbolísticas acaban en tragedia. Vamos a ver algunos sucesos que
pueden ser curiosos.
Cabe señalar que
la afición al fútbol despertó gran interés entre los niños, los cuales no
desaprovechaban la oportunidad de lanzarse a jugar con lo primero que se le
pudiese dar patadas. Ya en 1910, cuando el football era una actividad
incipiente en el panorama de la sociedad ciudadana, los espontáneos jugadores
se organizaban imitando a sus mayores.
Por las calles
Continúa cultivándose con gran éxito el Foot-ball callejero.
En cuanto se reúnen cuatro golfos, y muchos que no lo son, aparece como por
encanto un balón, más o menos auténtico y comienza la partida.
(Diario de Huelva 23/02/1910)
La noticia
publicada en un diario onubense nos indica que además de la aceptación popular
del fútbol, muchos de esos chicos eran la cantera de los numerosos equipos que
se constituían en las ciudades y pueblos.
Más de uno y más
de dos llegarían a ser jugadores, si no destacados, por lo menos, conocidos en
el ámbito futbolístico de la ciudad.
Esta vigorosa
actividad física llegó a ser un motivo de preocupación en las familias
humildes. A estos chicos que estaban en edad de crecimiento, que se pasaban las
horas libres jugando en la calle corriendo y saltando y practicando una
actividad que debería aportarles un saludable estado físico, no siempre era
fácil aportarles las calorías necesarias en base al desgaste sufrido.
Así lo expresaban
en un diario gallego en 1911 y estoy seguro de que era aplicable a cualquier
rincón de la península.
Las madres de los balompedistas
‘’Las madres, en especial esas madrecitas entradas en los
cuarenta, siempre vestidas de hábito y mantilla, con los tacones de los botines
torcidos, que a lo mejor si llueve cruzan nuestras rúas sin paraguas, porque el
único que había en casa, tuvo que llevarlo la hija, que salió a la iglesia o al
colegio; esas madrecitas tan dignas de ser extraordinariamente amadas por sus
hijos; que hacen elástica la mensualidad que gana el marido, o la viudedad o la
pequeña pensión, sea de cualquier origen; esas madres odian el foot-ball. Lo
odian porque es la causa de que suba la cuenta del zapatero y de que los mozos
pierdan los cursos.’’
‘’Las madrecitas que vencen la vida a fuerza de equilibrios,
odian el balompié. Y hacen bien. Hacen bien porque por otro lado los deportes
son un peligro. Los muchachos comen más según hagan más ejercicio. Y el
balompié les abre el apetito desaforadamente. ¿Qué despensa pobre puede
resistir por mucho tiempo los embates de un mozo que se pasa, diariamente hora
y media, por lo menos, corriendo y pateando?’’
(El Eco de
Santiago, Santiago de Compostela, La Coruña 20/04/1911)
¿Alguien duda que los chavales acometerían con furor las
despensas para meterse, en la medida de lo posible, un bocadillo de chorizo o
de manteca?
El fútbol causó
sensación entre los chiquillos que, de modo improvisado, eran capaces de
celebrar un partido en cualquier rincón que les fuese apropiado. Así aparecía
en la primera década del siglo XX en los diarios sevillanos.
‘’De un vecino de la calle Almirante Espinosa recibimos una
queja, relacionada con los niños que juegan al «football».’’
(El Liberal, Sevilla 28/07/1916)
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‘’Varias personas
que tienen su domicilio en la Alameda de Hércules, se nos quejan, con fundada
razón, de los atropellos y molestias que les causan numerosos chiquillos, que
han escogido aquel lugar para jugar al «football», ante la indiferencia de los
guardias.’’
(El Noticiero
Sevillano 19/10/1916)
El juego, aunque pudiera parecer inocuo llevaba aparejado un
plus de peligrosidad no solo para los niños, sino también para los viandantes,
pues ¿quién era capaz de frenar un disparo cuando un incauto ciudadano se
atrevía a pasar por en medio de un ‘’campo’’ de fútbol?
‘’Y como con el calor del juego los nenes se ofuscan y no se
fijan en nada ni en nadie, creyendo que todo el campo es suyo, se ha dado el
caso – y hoy se ha repetido- de que por equivocación, el puntapié en vez de dar
en el balón, tropiece con las espinillas de un pacífico transeúnte, á quién
hicieron ver las estrellas.’’
(Diario de Huelva 23/02/1910)
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‘’Verdaderas legiones de chiquillos convierten en campos de
fútbol muchas plazas y paseos, dando lugar a que se sucedan incidentes como uno
ocurrido ayer tarde en la plaza de San Ildefonso, donde una de las pelotas fue
a chocar contra la cara de una niña de corta edad que llevaba una mujer en
brazos, produciéndole una fuerte lesión en la cara y abundante hemorragia
nasal, con pérdida del conocimiento.’’
(El Noticiero Sevillano 12/07/1917)
Si así sufrían los incautos paseantes, no menos sufrían los jovencitos, que dispuestos a emular a los ídolos de los principales equipos de la ciudad eran también víctimas de desafortunados accidentes.
Por jugar a la pelota
En la casa de socorro del Prado de San Sebastián fue asistido ayer de una herida en la nariz de pronóstico grave, el joven Manuel Garrido Hazares, con domicilio en la calle Hernando Colón núm. 15. Dicha herida se la causó estando jugando al foot-ball en el Prado de San Sebastián.
(El Correo de Andalucía 11/12/1916)
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El niño de catorce años Rafael Forcada, tuvo la desgracia de dar anoche una caída en la plaza de Santo Tomás, donde jugaba un empeñado partido de balompié con otros chicos de su edad, causándole la luxación del cúbito y radio izquierdo, con fractura del primero de dichos huesos.
(El Noticiero Sevillano 08/09/1917)
Pero ¿qué hacían
los gobernantes municipales para frenar las quejas que recibían de los
ciudadanos? La medida más apropiada era la de instruir a los vigilantes que
estuviesen alerta para frenar e impedir el apropiarse de los espacios públicos.
Las primeras
medidas intentaron ser efectivas, en cuanto que despojar del principal elemento
del juego a los jugadores les frustrarían de modo que tuviesen que dedicar sus
esfuerzos a otros menesteres. Los guardias sevillanos eran implacables.
En dos días han recogido los guardias del Municipio más de
cincuenta pelotas a los futbolistas callejeros. Como muchos papás de los
futbolistas se han presentado en la Comandancia a solicitar les sea entregada
la pelota de su nene, se advierte a todos que los balones se rompen
inmediatamente.
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Por la lista que lleva la Comandancia sabemos que en cuatro meses se han decomisado unas quinientas pelotas. ¡Oh, la afición al fútbol!
(El Liberal, Sevilla 20/01/1923)
Y no solo ocurría
en Sevilla. En toda España se daba el mismo problema. Y claro, llegaba un
momento en el que la presión y los nervios ante la masiva cantidad de jugadores
aficionados y las órdenes a cumplir podían sacar de quicio al más templado.
Un guardia enemigo del fútbol
En la carretera de Orihuela se encontraban varios pequeños jugando al fútbol y el guardia municipal Antonio Montoya, que no debe ser muy amigo del deporte, quitó el balón a los jugadores. Un transeúnte que por allí pasaba, hizo notar al guardia que los pequeños no hacían daño a nadie con el juego y le rogó que les devolviera el balón. El guardia, lejos de acceder, sacó su revólver y encañonó al transeúnte.
(El Liberal,
Sevilla 04/01/1925)
No hubo que lamentar desgracia alguna, si acaso la del propio guardia que al enterarse el alcalde de lo sucedido lo dejó cesante, al demostrarse que Antonio Montoya estaba embriagado.
En otras ocasiones eran los vecinos afectados los que se alteraban a causa de los incesantes gritos, patadas y balonazos a las paredes de las casas provocados por pandillas de jóvenes futbolistas.
En la Alameda de
Hércules jugaban a la pelota varios muchachos. Para evitar que le estropearan
la fachada, salió el vecino Antonio Chacón, quién amenazó a los chicos con un
ladrillo. En aquel momento pasó por dicho lugar el oficial de Infantería
retirado don José Oliver Castillo, quién afeó la conducta del que trataba de
agredir a los chicos. Se agarraron palabras, forcejearon después y, por último,
el señor Chacón arrojó el ladrillo sobre el señor Oliver. Este sacó una pistola
y se hizo fuerte.
Ambos señores
fueron llevados a comisaria cuando se presentaron algunos guardias a imponer
templanza, quedando la cosa en una mera discusión, pues la ley afirmaba que el
dueño de la pistola tiene perfecto derecho a usarla, lo que ocurre es que la
noticia llegó al reporter tan abultada que ya hablaban de disparos y atentados
a los guardias.
(El Liberal, Sevilla 05/03/1931)
A mediados de los
años 20 del siglo pasado, las medidas restrictivas contra el fútbol callejero
se recrudecieron en un vano intento de impedir que este deporte, que estaba
alcanzando cotas tan altas que incluso desbancaba a los toros en popularidad, pudiese
ser controlado.
Como ustedes saben, ahora con eso de que está de moda el fútbol, para trasladarse de un lado a otro hay que ir en landó cerrado*, comprarse una escafandra o ir en aeroplano, procurando que el aparato ‘’tome mucho vuelo’’ pues de lo contrario ¡¡paff!! le ponen a usted la nariz, que ríase (ríase usted ¿qué trabajo le cuesta?), como una bizcotela.
(*) Carruaje
(El Correo de Andalucía 16/01/1924)
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Futbolista preso
Como los futbolistas callejeros no quieren hacer caso, ha
empezado a cumplirse la orden de detener a todo futbolista, sea del equipo que
sea, que juegue en la vía pública.’’
Ayer quedó detenido el zaguero Antonio Peñalosa Carvajal, de
catorce años, que baloneaba con otros en la vía pública. No se respeta edad, ni
tamaño de balón, ni clase del mismo.
El que se coja en la calle regateando va para la casilla*, sin que pueda evitarlo el portero.
(*) Cuartelillo, comisaría
(El Liberal,
Sevilla 17/02/1923)
La guerra sin cuartel entre jóvenes futbolistas y la guardia
municipal sevillana era una constante. Guardias que a su vez tendrían hijos a
los que no sabrían como impedir que actuasen como todos los chiquillos de la
ciudad, y por eso, el caso del guardia de Orihuela podría ser más o menos
aislado, pues la paciencia de estos probos empleados públicos era puesta a
prueba constantemente.
Los guardias municipales están de futbol hasta la punta de
los pelos
El guardia municipal Juan Fernández Cornelio ve a unos niños
jugando a «goal» en la calle Procurador
-Niños, al Prado, ¿se queréis ir al Prado?...
Y los niños, después de intentar tomarle el pelo a Cornelio (intentar ¿eh?, que una cosa es amagar y otra dar) salen de «pira» y dejan abandonado el balón, el que pacientemente coge Cornelio y lo deposita en la Comandancia.
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Unos niños dale
que le dan a la pelotita en la calle Manuel Carriedo* . El guardia José Cerreto
que los ve…
-Niños, ¿ustedes saben que son las ocho y media?¿Para
ustedes no rigen las ocho horas?
Y los niños, en lugar de obedecer a Cerreto, le ponen
‘’verde, morao y con alcaparrones’’. Y Cerreto que le echa el guante a uno de
los nenes, a Miguelito Miranda, y se lo lleva a la Comisaría para que en el
calabozo siga ‘’peloteando’’.
(*) Actualmente San
Jacinto
(El Correo de
Andalucía 16/01/1924)
Lamentablemente,
algunos guardias, imbuidos de un exceso de autoridad, llegaban a desmedirse en
extremo con actitudes severamente reprobadas.
Se han personado a nuestra redacción numerosas personas,
testigos presentes del hecho, para protestar de la conducta del guardia de
Seguridad número 91, el cual, estando de servicio en el Prado de San Sebastián,
en uno de los campos de «football», golpeó violentamente con una goma de
trasegar vino a varios niños, entre ellos el de once años llamado Luis Galván
Peñuelas, que vive en la calle Pelay Correa 9, causándole lesiones de importancia en el ojo izquierdo y cabeza,
teniendo que recibir asistencia facultativa en la casa de socorro del Prado.
Nosotros por nuestra parte protestamos enérgicamente de este atropello cometido contra un pobre
niño, cuyo estado nos inspiró verdadera lástima y esperamos que las autoridades
superiores, una vez averiguada la verdad de lo ocurrido, impongan al guardia 91
un severo correctivo, haciéndole ver que no es su misión la de golpear
violentamente a inocentes criaturas.
(El Liberal, Sevilla 03/01/1916)
La lucha de los
guardias contra el fútbol callejero tuvo un claro ganador. En cualquier barrio
que hubiese niños, el fútbol se abría camino por encima de sus detractores.
El fútbol callejero tiene sus campeonatos y sus
asociaciones, que no sabemos si pasarán a la historia del británico deporte.
Los cronistas deportivos no serán veraces si en sus comentarios no recogen las
gestas balompédicas del «Alpargata F.C.» y del «Zurrapa Club», eternos rivales
como el Sevilla y el Balompié. ¡Que también la gente menuda tiene su
corazoncito!
(El Liberal, Sevilla 25/02/1925)
También en esta guerra hubo víctimas colaterales, la más afectada, la fiesta de los toros, que poco a poco cedió gran parte de su terreno cultural a las nuevas modas.
En la revista
Buen Humor de Madrid, decían en 1925.
De algún tiempo a esta parte, los rotativos conceden espacio
extraordinario a los deportes en general, singularmente al fútbol; aumenta el
número de clubs; se construyen espléndidos campos para miles de espectadores;
se venden como pan bendito una porción de revistas deportivas…, y los
chiquillos en las calles han decidido sustituir la imitación de la media
verónica belmontina por un chut contra cualquier portería…..
Eso de que los chavales jueguen ya al toro…, se lo cuentan
ustedes a cualquier guardia. Hoy se descosen por el balón, y algunos ¡hasta se
descalzan!
(Buen Humor,
Madrid 07/10/1923)
Enrique Fajardo Fernández, que firmaba con el seudónimo
Fabián Vidal, era uno de los periodistas más importantes de la época, y en uno
de sus innumerables artículos en La Voz de Madrid comentaba con un amigo al
contemplar a unos niños jugando en la calle.
De la nueva afición
-¿A qué juegan esos muchachos?
-Al balompié
-¿Al balompié? ¡Ah! ¡Vamos! ¡Jugar con los pies a la
pelota!...¡Qué absurdo!...Permítame que evoque mi visita de hace ocho años a
esta misma plazuela. Entonces había igualmente chiquillos que jugaban. Ahora
serán hombres. Pero recuerdo perfectamente que jugaban al toro. Uno de ellos
oprimía contra su cabeza una tabla prolongada por dos cuernos temibles. Otro
lucía una montera. Era el matador. Un tercero montaba sobre un colega
rechoncho. Era el picador…
(La Voz, Madrid 09/04/1923)
Con el paso del tiempo, este cambio en las costumbres infantiles se hizo patente con muchas de las actividades de ocio de niños y niñas.
Hasta Paco Palacios ‘’el Pali’’ , el Trovador
de Sevilla, lo dejó escrito en una de sus sevillanas: ¡Ay! Las Plazuelas
Ya no se ve en la plazuela
Los niños jugando al toro
Ni tu hermanilla y la mía
Jugándole al diábolo
Qué tiempo, qué tiempos aquellos
Recordarlo causa pena
Todo ha muerto, todo ha muerto
Como murió la Alameda