Hoy no es mal día para hablar de cofradías, pero para datos biográficos de imagineros o criticar a bandas o andares de los pasos ya tienen ustedes otros foros y tertulias.
A nosotros nos gusta enfrentarnos a argumentos intrincados para llegar a conclusiones sencillas. De camino, o de forma obligada, si el Sevilla Fútbol Club está por medio, mejor que mejor.
Hoy traemos a estas líneas la Semana Santa, un republicano de izquierdas y un presidente del Sevilla. Tres historias distintas y un solo protagonista verdadero: salvar las procesiones, el precio de los palcos y una “interpretación apasionada” de la Semana Santa; historias que convergen en Manuel Blasco Garzón.
Según la tradición y la historia, la izquierda republicana se dedicó a quemar iglesias y a saquear conventos. Esto es irrefutable, aunque sólo en parte. No todos los republicanos de izquierda eran así.
Leandro Álvarez Rey, profesor de Historia Contemporánea de la Hispalense, en la revista Más Pasión. nos presenta una sentencia aplastante:
Sin Miguel García y Bravo Ferrer y sin Blasco Garzón, la Semana Santa habría desaparecido.
La constitución republicana (promulgada el 9 de diciembre de 1931) había resuelto consentir la libertad de culto, pero prohibir toda celebración religiosa en la calle, lo que significaba, de hecho, ilegalizar las procesiones.
Fueron ellos quienes se plantaron corriendo en Madrid y lograron in-extremis modificar ese artículo. A cambio, ambos fueron condenados al ostracismo.
Manuel Blasco Garzón, hermano de El Silencio, cuya túnica vestía todos los años, (El Socialista, consideraba inapropiada esa actitud), harto del boicot de las derechas a la Semana Santa, amenazó con sanciones a los responsables, los periódicos conservadores se le echaron encima a mordiscos.
Álvarez Rey, rescata una cita del diario tradicionalista La Unión:
El señor Blasco Garzón ha salido otros años con la Cofradía del Silencio, antes de ser ministro, aunque era miembro de un partido republicano, izquierdista, enchufista y laico. Puede el señor Blasco cambiar de postura; puede, si le da la gana, cambiar lo religioso por lo antirreligioso. Ya es visto que puede. Acto es de su libre albedrío; pero no complique a las derechas si dan cuenta de su resolución (...).
Llegó 1936, para entonces Manuel Blasco Garzón estaba en el Gobierno y la izquierda presidía el Ayuntamiento de Sevilla. La situación de las cofradías y la Semana Santa era tensa, como tenso era el pulso izquierda-derecha.
La segunda historia nos la cuenta ahora Juan Ortiz Villalba (Del golpe militar a la guerra civil. Sevilla 1936).
Durante el primer bienio republicano, las derechas habían impedido los desfiles procesionales con el pretexto del ambiente anticlerical. La Semana Santa se recuperó en parte durante el bienio radical-cedista, pero fue en 1936 cuando todas las cofradías volvieron a salir a la calle. El alcalde Horacio Hermoso y los concejales republicanos pusieron un gran empeño en realzar la Semana Santa comprometiendo decididamente al Ayuntamiento en su organización y venciendo las reticencias de los concejales comunistas y socialistas.
Las derechas sevillanas buscaron entonces otras formas de deslucir la Semana Santa y hacer de ésta arma arrojadiza contra la República. Las familias aristocráticas y de la burguesía, que tradicionalmente alquilaban los palcos de la plaza de San Francisco, situados frente al Ayuntamiento, para contemplar los desfiles procesionales, los dejaron vacíos. Así privaban a las cofradías de los ingresos correspondientes. Además, las señoritas derechistas se negaron a lucir mantilla y peineta el Jueves Santo, haciéndolo en cambio otras, de los medios republicanos. Ante el boicot a los palcos de la plaza de San Francisco, el alcalde dispuso que los ocupasen los niños del asilo, haciéndose cargo del coste el Ayuntamiento de Sevilla y el ministro de Justicia Manuel Blasco Garzón, de su propio bolsillo.
El profesor J. M. Macarro (La Sevilla republicana), además de coincidir con lo descrito por Ortiz, nos cuenta como Blasco denunció la maniobra que había intentado convertir las procesiones en arma política, utilizada por ciertas clases privilegiadas, que a su vez alardean en no pocas ocasiones, de una devoción religiosa, hacendada y firme.
Ese mismo año hizo de cicerone de importantes personalidades nacionales a las que acompañó por Sevilla, su Feria y a una corrida de toros en el palco de la Real Maestranza.
Unos años después, pagó sus ideales con el exilio, aunque no perdió la ilusión de volver a su tierra. Desde Buenos Aires, en 1941, nos transmitió sus Evocaciones Andaluzas, dedicado a todas las provincias de Andalucía, y a Sevilla en particular. El capítulo VII lo dedicó a la Semana Santa sevillana. A lo largo de siete páginas resume la historia y la liturgia de las cofradías con un realismo que en pocos sitios lo podemos encontrar hoy. Hemos entresacado tres párrafos de este Hermano de la Archicofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Así nos contaba, el propio Blasco Garzón, su interpretación apasionada de su Semana Santa:
Y es que esta Semana Mayor, que llega a su realización, coincidiendo con la luna llena de la primavera; tiene en sus complejos severos y graciosos, en sus ritos solemnes y milagreros en sus devociones sentimentales y puras, en su aire de paganismo artístico y genial, en todo su conjunto, en una palabra, una modalidad tan propia, tan característica, tan original y al mismo tiempo tan preñada de contradicciones sutiles y de paradojas alucinantes, que sorprende primero, cautiva más tarde y encanta definitivamente a los que la observan y la contemplan, absortos ante un espectáculo de difícil superación en su genialidad constructiva.
(...)
Junto a la austeridad de !as imágenes, al lado de la gravedad de los encapuchados -no todos, porque en no pocas hermandades el hábito es deleite de la vista y primor de confección-; frente al doloroso pasaje de la vida cristiana, que se conmemora limpio de exégesis dogmáticas y perfilado en sus más claras líneas sentimentales, está invitando al placer y exaltando los encelados caminos de la carne, la atmósfera cuajada de penetrante olor de azahares, el aire tibio y deleitoso de esa incomparable primavera meridional, el agrio olor de la muchedumbre en movimiento, la presencia, en la calle, de las mujeres de la ciudad que enmarcadas en la mantilla airosa y ceñido el cuerpo vibratil por las sedas oscuras del traje largo, son como una alucinación indescifrable, que hace más firme y encendido el afán de vivir embriagadoramente...
(...)
No quiero terminar sin una afirmación. El sentido religioso de mi pueblo, “que pertenece a la corriente efectiva que dentro de la teología se caracteriza por el predominio de lo sentimental sobre lo intelectual, por tener siempre la imitación de Cristo y la Humanidad de Cristo, como vía para llegar a la Divinidad», está tan lejos de todo dominio de cierta clerecía, como la conducta de los seguidores del Nazareno, se encuentra distanciada de la prédica maravillosa del maestro. El alma del pueblo andaluz busca camino de superación, en hondas concepciones espirituales. Hoy, ante el dolor, lacerante, único, que derrama sangre inocente en un alarde de crueldad antihumana, en el corazón del pueblo brotará seguramente una nueva saeta con los dos filos acerados; el del dramático llamado a los poderes que rigen el Universo para que descarguen su fuerte justicia sobre los despreciadores de la vida y el de la maldición, dura, cortante, en que se juntan el anatema y el dolor por el cometido.
Probablemente, la Semana Santa de Sevilla, siga siendo así.
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