lunes, 26 de agosto de 2024

LA COPA DEL 35

Por José Melero - @JMelero1 

Un buen día el Sevilla F.C. empezó a ganar. Conquistó un Campeonato de Andalucía, y otro, y otro. Los jugadores no pararon de brindarles triunfos al sevillismo, hasta que desde la capital de España, la prensa madrileña bautizó al equipo blanquirrojo con el sobrenombre de ´´el eterno campeón andaluz´´. El club había adquirido eso que los sesudos cronistas deportivos llaman hoy día ´´cultura ganadora´´. 

Cada título regional te daba derecho a participar en el Campeonato de España, que durante mucho tiempo, incluso con la creación del Campeonato Nacional de Liga en 1929, era el torneo de mayor prestigio y por el que los grandes clubes en España litigaban y se esforzaban de una manera bárbara para conseguir llevar el trofeo a sus vitrinas.

Al Sevilla F.C. este campeonato se le atragantaba. Una y otra vez se quedaba sin opciones de conseguir el título, que se le escapaba como el agua entre los dedos. Temporada tras temporada buscaba con una manera de jugar única alcanzar a través de la Copa el cielo futbolístico. Pero como Sísifo, aquel personaje mitológico condenado a empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada y que antes de alcanzar la cima, la piedra siempre rodaba hacia abajo, y tenía que empezar de nuevo desde el principio, una y otra vez. Ese era el panorama del equipo sevillista en los años veinte y principio de los treinta en el Campeonato de España. 

Pero aquella pared que le separaba del anhelado trofeo copero iba a ser derribada en el verano de 1935, en plena II República. Con una Sevilla que en aquel año por primera vez superaba el cuarto de millón de habitantes. Una Sevilla donde más de la mitad de su población había nacido fuera de la ciudad (53%) y donde la paz social parecía imposible de alcanzar, y más en medio de una crisis económica como la que se abatió en la ciudad en 1929. 

En aquel contexto el futbol suponía una vía de escape para los sevillanos y la clasificación para la final a jugar en Madrid en el estadio de Chamartín, supuso una alegría inmensa para una afición que un año antes había celebrado el ansiado ascenso a Primera División.

El rival en aquella final el Centre d'Esports Sabadell, el escenario el estadio de Chamartín y el arbitraje corrió a cargo del reputado arbitro, Pedro Escartín. La recaudación del encuentro no fue muy boyante (75.000 pesetas), debido a un público madrileño que a causa de los altos precios de las entradas, al fuerte calor reinante aquel 30 de junio a las cinco y media de la tarde y a la ausencia de equipos madrileños en aquella final, se retuvo de acudir en masa al estadio. 

Antes de la gran final se celebró la final amateur, entre el Sevilla FC y el Ciosvin de Vigo, con victoria sevillista por seis goles a uno, haciéndole entrega el presidente de la República Niceto Alcalá Zamora al capitán sevillista Huerta, del trofeo que le otorgaba el título de campeón, entre vítores y vivas a la República de los aficionados presentes, incluidos los cinco mil sevillistas que se habían desplazados desde la capital andaluza y que eran mayoría frente a los aficionados catalanes que acudieron en escaso número, debido a que se había anulado a última hora el viaje de un tren especial que debía traerles hasta la capital de España. 

Hicieron bien los aficionados sevillistas en desplazarse a Madrid, a pesar de las dificultades propias de la época, porque hasta esa fecha, pocas veces necesitó más el equipo que lleva el nombre de la ciudad, del aliento de los suyos, en un campo que no fue neutral, debido a la desafección que sentían los aficionados madrileños hacia el Sevilla FC, motivada por la eliminación que llevó a cabo el conjunto andaluz de los dos principales equipos de la capital en eliminatorias anteriores. 

El Sevilla saltó al césped de Chamartín seis minutos antes y los pitos y los aplausos se confundieron. En las tribunas aparecieron un buen número de pancartas y banderas alusivas al equipo andaluz. Al salir los catalanes al campo fue acogido con más aplausos que su rival. 

No paró ahí la desafección de los aficionados madrileños hacia el Sevilla. Las jugadas de los catalanes eran coreadas con entusiasmo; las del equipo blanco pasaban con el único subrayado de los miles de aficionados sevillistas desplazados.

El primer tiempo se mantuvo nivelado. Hasta que el Sevilla se decidió a emplearse a fondo y atacó con brío, produciéndose la jugada que originó un penalti que malogró Euskalduna. A los treinta y ocho minutos se produjo el primer gol del Sevilla, a cargo de Campanal, que aprovechó una salida fallida del meta catalán Masip. El gol produjo una explosión de júbilo de los aficionados sevillistas. Al poco, un centro templado de Bracero lo empalma Torrontegui, dando la pelota en el palo. La afición sevillista formaba una tremenda algarabía y comienza a tocar palmas por tango. 

En el segundo tiempo se volvieron a repetir los silbidos contra el Sevilla por parte de los aficionados madrileños. Pero todo se acabó cuando el Sevilla marcó el segundo gol, obra de nuevo de Campanal, en el minuto treinta y uno de esta segunda parte y las banderas blanquirrojas volvieron a aparecer. Alguien lanzó al aire la letra de las viejas sevillanas que empiezan: ´´Viva Sevilla y olé, viva Triana´´, popularizadas por la artista Imperio Argentina y que los sevillistas hicieron como propias y que fueron utilizadas como grito de guerra por los de Nervión. De pronto los miles de sevillistas presentes en el estadio, a voz en grito corearon el cante acompañándolo con palmas al son de las conocidas sevillanas. Se acabó la ojeriza madrileña. Ya estaba dibujado con firme trazo el nombre del campeón de España de 1935. Y cuando Bracero marcaba a tres minutos de cumplirse el tiempo reglamentario el tercer y definitivo gol, el público sevillista se alzó frenético y las ovaciones y gritos fueron algo indescriptible. 

Cuando se pitó el final del partido los aficionados se lanzaron al campo y surgió el viejo grito de:´´¡Alirón, alirón, el Sevilla es campeón!´´. Escudos del Sevilla exhibiéndose con orgullo, ovaciones, y vivas al nuevo campeón de España, que se acentuaron cuando el jefe de Estado hizo entrega de la Copa al capitán sevillista Guillermo Eizaguirre, legendario guardameta internacional al que la prensa señalaba como un verdadero ´´as europeo´´. 

Para la historia quedó esta alineación sevillista que conquistaba por primera vez una Copa que se le resistía y que supuso el primer título sevillista a nivel nacional:

Eizaguirre; Euskalduna, Deva; Alcázar, Segura, Fede; López, Torrontegui, Campanal, Tache y Bracero. 

Tras el partido la Federación española dio el tradicional banquete en honor de los dos finalistas en el Hotel Ritz, mientras el sevillismo desplazado retornaba a la capital de Andalucía a bordo de trenes y autocares que llegaron a Sevilla el día 1 de julio, desbordando la ciudad de alegría y entusiasmo y exhibiendo banderas y pancartas con los colores del Sevilla FC. 

Ese mismo lunes 1 de julio partieron desde la capital de la República los dos autocares con los equipos sevillistas, el primer equipo y el equipo amateur, haciendo noche, uno en Manzanares y el otro en Valdepeñas. En Manzanares se les obsequió a los jugadores, por el Gobernador Civil de la provincia, con un vino de honor. El día 2 prosiguió la marcha triunfal hacia Sevilla, deteniéndose en muchos pueblos, con agasajos llenos de entusiasmo de los lugareños. En Écija, se les invitó a un magnífico “lunch” y en Carmona, los campeones de España fueron paseados a hombros de los aficionados de la localidad. 

Y como toda gran victoria exige una gran celebración. Exige un gran festejo. Exige lo que se iba a dar en las calles de Sevilla. Porque el Sevilla Futbol Club, los campeones de España, se iban a dar un baño de masas en la capital de Andalucía, en un día de fiesta que iba a tener su colofón en la Plaza Nueva.

La llegada del equipo sevillista a la ciudad fue acogida con una atronadora ovación y vítores que exaltaban a unos jugadores que eran liderados por su capitán Guillermo Eizaguirre, el cual llevaba la copa de campeón de España en sus manos.

Seguidamente, se organizó la comitiva. Esperaban a los jugadores tres coches adornados con flores y tirados por hermosos caballos. En primer lugar, un ´´Peter´´ al que subieron los jugadores del equipo amateur, en el segundo, un espléndido ´´Mail Coach´´, propiedad del expresidente sevillista Carlos Píñar y Pickman, donde subió el equipo profesional, su entrenador Ramón Encinas, el presidente Ramón Sánchez-Pizjuán y demás componentes del club. Finalmente, iba el tercer coche oficial en el que subieron el capitán del equipo amateur Huertas y el entrenador Pepe Brand, además del delegado de Festejos señor Bermudo y el presidente honorario de la Federación Regional Sur de Futbol, Juan López García y el presidente efectivo Antonio Calderón. 

A continuación el cortejo se puso en marcha, acompañados por una sección montada de la Guardia Municipal en traje de media gala, seguidos por la banda de Tomares y por último la banda de música del Hospicio. La multitud se agolpaba en la calle San Fernando y provocaba que los coches avanzaran con dificultad. En una Sevilla que estaba a reventar, y unos jugadores que veían cómo la gente ya se amontonaba desde mucho tiempo antes de que llegaran al centro de la ciudad. Quedaba mucho para llegar al Ayuntamiento, pero daba lo mismo. 

Daba lo mismo que se retrasase todo. Daba lo mismo que aún quedara mucho para que los jugadores salieran a saludar desde el balcón de la Casa Consistorial. No importaba. El sevillismo contaba los minutos, los segundos, para que llegase ese final de fiesta. La celebración solo había hecho empezar. 

La masa de gente una vez llegados a la avenida de La Libertad (hoy av. de La Constitución), vitoreaban y animaban sin cesar, llegando a ofrecer un aspecto imponente entre el trayecto que iba desde la Catedral hasta la Plaza Nueva. 

Una vez llegados a las puertas del Ayuntamiento, la Banda Municipal recibió al equipo campeón con los acordes del pasodoble ´´La Giralda´´, que era considerado como el himno de Andalucía, antes que Blas Infante creara el actual himno andaluz. Una vez dentro del edificio se dirigieron jugadores, directivos y demás personalidades a la Sala Capitular, donde se dio un viva el Sevilla que fue ovacionado de forma entusiasta por los allí reunidos. 

Cuando se hizo el silencio, tomó la palabra el alcalde de Sevilla Isacio Contreras, el cual mostraba su alegría por ser el alcalde cuyo bajo mandato había llegado a la ciudad ese año los tres títulos nacionales: el Campeonato de España profesional y amateur y el Campeonato de Liga ganado dos meses antes por el Betis. 

Posteriormente, tomo la palabra el presidente sevillista Ramón Sánchez-Pizjuán, el cual recordaba la promesa que le hizo al alcalde en la celebración del título bético, al cual fue invitado y donde prometió traer el Campeonato de España en sus dos categorías. Dicho y hecho. 

Una vez terminados los discursos, alcalde y jugadores se dirigieron a los balcones del ayuntamiento, desde donde se dirigieron a los aficionados que abarrotaban la Plaza Nueva. En el centro de la plaza había una gran bandera del Sevilla que mostraba ya de por sí, un aspecto impresionante. A continuación el presidente sevillista Ramón Sánchez-Pizjuán dedicó unas palabras a los aficionados que pedían incesantemente que hablaran unos jugadores que no paraban de saludar a los suyos.

Lentamente, el gentío se fue disolviendo y se puso punto y final a la celebración popular de un título histórico, en un día histórico e inolvidable. 

Al día siguiente, jugadores y directivos volvieron al Ayuntamiento a celebrar un ´´lunch´´ en honor de los campeones, donde fueron recibidos de nuevo por el alcalde y concejales, al cual fue invitado el presidente del otro equipo de la ciudad, Moreno Sevillano y el presidente de la Federación Regional Sur de Futbol. 

Tras la comida tomó la palabra en primer lugar el alcalde, que iba a anunciar un acto para homenajear a las dos aficiones de los equipos de la ciudad. El acto consistiría en una celebración conjunta entre las dos aficiones, a celebrar en la Plaza de España, con un ´´modesto cubierto´´ de por medio, a semejanza de unas celebraciones parecidas llevadas a cabo en otros puntos de España. La idea, tomada bajo la euforia y en pos de la hermandad de sevillistas y béticos no se llevó a cabo, a pesar de haberse anunciado en prensa. A lo más que se llegó fue a un agasajo a los dos equipos llevados a cabo en la fábrica de la Cruzcampo, por la familia Osborne, propietaria de la cervecera, que ya en los años veinte habían sido directivos del equipo bético. 

 Y ese supuso el final de unos días de euforia y alegría en una ciudad convulsa que tornó en fiesta y jolgorio lo que antes era huelgas y protestas ciudadanas. Sevilla se tiñó en aquellas fechas con los colores del Sevilla FC, dejando estampas inolvidables, de lo que fue el primer título sevillista a nivel nacional.

* Gracias a Antonio Ramírez por la información aportada a este texto.

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