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viernes, 29 de septiembre de 2023

EL FINO HILO QUE TEJE LA HISTORIA

 

Por José Melero @JMelero1 

Decía la activista argentina e integrante de las Madres de la Plaza de Mayo, Taty Almeida, que hay un fino hilo que teje a lo largo del tiempo la historia de los pueblos. En el caso del Sevilla FC ese hilo lo tejieron en un principio aquellos británicos y sevillanos que en el siglo XIX decidieron crear un club democrático, integrador y abierto a todos, sin tener en cuenta su procedencia. De ahí venimos y nos sentimos muy orgullosos y orgullosas de ello.

A veces ese hilo se ha tejido bajo un sol radiante, otras bajo una noche sin luna. A veces en un contexto favorable y otros no tanto. Pero no se empezó a tejer ayer, se empezó a tejer hace mucho, de él venimos y trataremos de entregar con dignidad ese testigo a los que vienen tras nosotros.

El hilo de aquel jerezano hijo de un encargado de bodegas que decía que "todos los hombres de cualquier condición social...", el de los Kinké, Spencer, Brand y aquella "Línea del Miedo" que creó escuela en el fútbol español, el hilo de un presidente señero como  Roberto Alés que supo inyectar dosis de cordura y serenidad en unos tiempos oscuros en lo económico y en lo deportivo, el hilo de aquellos miles de sevillistas que se echaron a la calle para rebelarse ante una injusticia y en aquel agosto del 95 sembraron la semilla de un sentimiento renovado, sin el cual no se hubiera construido el club actual, el hilo de aquel grupo de jóvenes impetuosos que en 1975 crearon el primer grupo ultra antirracista del fútbol español, lo tejieron aquellos once bravos futbolistas aquella tarde del 31 de marzo de 1946 en Las Corts, donde los de Encina tuvieron que esperar a la última jornada para cantar el alirón, el hilo de aquella copa republicana ganada en parte gracias a una defensa que pasó a la historia formada por Eizaguirre, Deva y Euskalduna, a los que se sumaron los Alcázar, Campanal,Torrontegui,Tejada, Fede y muchos otros...

El hilo de "Las Tablas Rojas", de Baby Acosta, del "Trofeo Pichichi" de Juanito Arza, de Suker, el hilo de Antonio Puerta, de Maradona, de Bertoni y Scotta, de Blasco Garzón, de Monchi, el hilo que tejieron la familia Leal Graciani y la familia Pérez, el puñado de sevillistas de Oviedo, Navas, Kanoute y Palop, el hilo de Eindhoven, de Lora, de Gallego y de Francisco López Alfaro. El hilo de Berruezo y aquella fatídica tarde en Pasaron, el hilo de Busto, Campanal, Domenech, del viejo Nervión y del Mercantil. El hilo que tejieron Agüero, Dieguez, Antoniet, Pereda y Szalay, aquella maravillosa "Delantera de Cristal", el de los "Stukas", el hilo de los que contaron y cantaron nuestra historia, de los Juan Tribuna, de los José Antonio Blázquez y los Antonio García Barbeito. Recogemos el hilo del gran Paco Alba y aquellos hombres que creyeron que aquel deporte que irrumpía con fuerza podría generar unos sentimientos tan profundos...

Ramón Sánchez-Pizjuán decía que la historia del Sevilla era limpia y diáfana, libre de toda mácula, llena de esfuerzos y sacrificios, contestaba posiblemente con ello el viejo sevillista a aquellos que nunca nos quisieron bien y que lanzaban insidias que nacían de la envidia y del más insano rencor.

Venimos de lejos, es cierto, pero tened claro que no nos temen por lo que ya hemos logrado, nos temen por lo que podemos conseguir en el futuro.

viernes, 22 de septiembre de 2023

EL CONTRAPUNTO

 


Por José Melero.

Durante muchos años Sevilla y Betis jugaron dos deportes distintos. Unos corrían y no esquivaban el cuerpo a cuerpo y otros la pasaban cortita y al pie. Unos competían en una maratón y otros jugaban estáticos, como si de un pívot de baloncesto se tratase.

Era una época donde el futbol español estaba dividido en dos escuelas, la escuela sevillana y la escuela vasca. Los que transitaban con ritmo cansino y los que iban cuáles ciclones imparables. Los que jugaban al pase corto y los que jugaban al pase corto... pero por arriba.

Eran los años veinte, y en aquel Sevilla sobresalía la delantera. Escobar, Spencer, León, Kinké y Brand. Los cinco se entendían solo con mirarse, y con la mirada inventaban caminos sobre el terreno de juego y con la mirada llamaban a la pelota, que como un perrito faldero les seguía sin perderse jamás.

El público los bautizó como la “Línea del Miedo”, por el terror que infligían a las defensas rivales. Y el tiempo les convertiría en leyenda.

Un equipo que deslumbró al futbol español en aquella semifinal de Copa frente al Athletic Club de Bilbao en Madrid en 1921, hace un siglo, casi nada. Del fútbol de aquel Sevilla que no copiaba a nadie y que hacía del arte de sus jugadores su fuerza mayor y que imponía al país su estilo, que no precisaba seguir el esquema de otros, pues tenía su personalidad, su filosofía, queda aquella victoria frente a los vascos. Una victoria del fútbol. El fútbol que gustaba ver y aplaudir a los aficionados y ante el cual España entera tuvo que inclinarse.

Un estilo que fue sinónimo de éxito, puesto que de los veintiunos de los Campeonatos de Andalucía disputados, los finos jugadores sevillistas ganaron todos menos tres. La razón de esto es simple: el fútbol reúne a quienes hablan el mismo idioma, los junta y genera cohesión de manera natural. Aquel Sevilla arrasaba en el campeonato regional y fue una maravilla porque durante décadas varios cracks estuvieron en el momento justo en el lugar indicado.

Sin la inmediatez con la que los actuales medios de comunicación construyen los nuevos ídolos del deporte, sin el respaldo de la televisión y las redes sociales que logran llevar hasta el último rincón del país la imagen de las estrellas del balón, aquellos héroes de blanco supieron agrandar el mito de un equipo que despertaba la admiración de una hinchada cuyo principal interés era ir a ver a aquellos intrépidos futbolistas de los que los periódicos hablaban y al que los niños trataban de emular en los arrabales sevillanos.

En la otra orilla, el Betis practicaba un futbol de contacto, rudo, de velocidad y fuerza, que tenía por combustible el pánico a perder frente a unos vecinos técnicamente superiores.

Eran aquellos derbis, una explosión en las gradas y sobre el escaso césped que habitaban en los terrenos de juego en aquellos años. Una rivalidad propiciada por una dicotomía en el juego, que levantaba pasiones y que sostenía dos estilos bien distintos, uno nacido del virtuosismo de sus protagonistas y otro que vería la luz ante la necesidad de sobreponerse al equipo triunfante en aquella Andalucía futbolera.

Cada Sevilla-Betis era una nueva batalla de esta guerra de nunca acabar. Dos equipos que amaban a una misma ciudad, que se ofrecía a los dos sin decidirse por ninguno.  

Un juego, el sevillista, que se asemejaba más a una filosofía de vida que a una forma de jugar, un estilo basado en el buen trato a la pelota. Y frente a ellos el Betis, su contrapunto.