Por José Melero - @Jmelero1
Un Café es un buen lugar para que germine algo grande. Entre veladores de mármol sujetos por varillas de hierro forjado, ceñidos por sillas de madera tan brillantes como antipáticas para los riñones, puede nacer algo que venza al tiempo. En pocos lugares de la Sevilla de finales del siglo XIX, se obtuvo un grado tan intenso de conversación en intimidad, debate, celebración e, incluso, disertación política como en el número 27 de la calle Sierpes, en el Café Suizo. Allí, en un clima de esparcimiento y diversión, un grupo de jóvenes mitad británicos y mitad españoles encuadraron, impulsaron y sin saberlo eternizaron una idea que se convirtió con el tiempo en un sentimiento que unió a millares de personas en todo el mundo.
El Café Suizo timbraba la imagen sevillanísima de la calle Sierpes con una orla de sociabilidad y elegancia, lugar donde hallaron estos jóvenes una indisimulada coartada para sus reuniones y escapadas en sus horas de ocio. Y allí encontraron el lugar idóneo para juramentarse y organizarse en el nuevo arte de practicar el foot-ball. Porque ellos lo único que querían era jugar al foot-ball, pero hicieron mucho más que eso. Mucho más. Juntos y en camaradería encontraron el espacio idóneo para contar el principio de una gran historia, algo que en aquel momento no alcanzarían a imaginar, ¿cómo iban a imaginarlo?
Aquellos británicos que habían sido acogidos en nuestra ciudad a finales del XIX, adoptarían muchas costumbres sevillanas, al igual que los sevillanos entusiastas del nuevo sport harían lo propio con sus consocios británicos. Usaban palabras en inglés, fumaban en pipa, vestían trajes a cuadros, se recortaban el bigote y tomaban te en el viejo café de la calle Sierpes. Todos estos gestos y maneras de comportarse llamaban la atención cuando se reunían en el Café Suizo entre la clientela sevillana, que los observaba con extrañeza y comentaban sorprendidos sobre estas modernidades. Porque al fin y al cabo toda esa parafernalia anglosajona era una señal de modernidad, que iba a chocar con una Sevilla conservadora y anclada en el pasado.
Frente a aquella Sevilla tradicional y continuista nuestros jóvenes sportman tenían en el Café un reducto, un refugio donde fijaban los entrenos y concertaban los partidos, donde podían charlar y donde al final de cada choque les aguardaba un agasajo que se regalaban ellos mismos, cuando no invitaban a sus vecinos de Huelva, el rival por antonomasia.
Los ventanales del Café Suizo eran como los anteojos de Sevilla. Por él se veía pasear a la ciudad en pleno. Señoritos, comerciantes, obreros, estudiantes … A pesar de que el Café abriera sus puertas en 1860 con ese nombre, tenía un todo de sevillano y un nada de suizo.
Me lo imagino ensayando una Sevilla moderna y antigua a la vez. Gritona y callada.
Festejadora y triste. Un ágora donde tenían su puesto asegurado un grupo de jovenzuelos que se dedicaban a corretear en calzones blancos tras un balón por la Dehesa de Tablada.
En el kilómetro 0 fundacional del Sevilla FC se dio, como en la mayoría de cafés decimonónicos, una intensificación de la vida ciudadana que, al distanciarse de sí misma, permitía pensarse de otra manera. Como decía el escritor y periodista Josep Pla, “todo sucedía, en aquel entonces, en los cafés, y lo que no sucedía en los cafés no existía”.
En este local se plasmaba las nuevas ideas que llegaban a Sevilla, puesto que era un lugar donde se reunía lo más avanzado y progresistas de la sociedad sevillana. En él se hablaba de literatura, arte, pintura, fotografía, luego el cine, y de la mano de estos muchachos del foot-ball. Entre sus mesas se respiraba aires de libertad, se agrupaban afinidades y antagonismos, se discutía y se celebraba apasionadamente o de forma sosegada. Entre esas paredes estos jóvenes pusieron la primera piedra para que el foot-ball sentara sus bases en una ciudad como Sevilla. Abrían una puerta para que este deporte supusiese un factor de modernidad, el foot-ball como regeneración, como apuesta para una Sevilla que no se resignaba a vivir de espaldas a una Europa donde el ejercicio físico ya se había incorporado a los planes y proyectos educativos.
Aquellos jóvenes que frecuentaban el Café Suizo, tenían mucho de transgresores, ya que se enfrentaban a las normas sociales del momento, las esquivaban y las contradecían, puesto que, el foot-ball, era censurable y repulsivo para la mayoría de la sociedad sevillana.
El que transgrede se enfrenta a un muro de rechazo, y tiene que luchar contra él, eso pasaba con aquellos sportman, que tenían que practicar aquel juego a las afueras de la ciudad y tenían en el Café un oasis donde departir sobre los entresijos del sport.
El Café suizo era un buen lugar para que germinara un proyecto, sin duda, y más si ese proyecto suponía la ´´sevillanización´´ de lo que viene de fuera, apropiarse de lo extraño y hacerlo tuyo, aceptar que lo foráneo es bueno y hacerlo común en tu entorno.
Con esa idea nació el Sevilla Football Club, hace más de un siglo. En la calle Sierpes. El resto, lo que vino después, es historia. Historia de la ciudad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.