viernes, 11 de octubre de 2024

LA INCORPORACIÓN AL FÚTBOL DE LA CLASE TRABAJADORA

Por José Melero - @JMelero1


Del reducido y elitista grupo de sportmen que habían comenzado a jugar al fútbol en centros urbanos como Barcelona, Bilbao, Madrid, San Sebastián o Sevilla a finales del siglo XIX, buscando sin mayores pretensiones el entretenimiento que ofrecía una moderna y sana diversión, se pasará en pocas décadas a descubrir un deporte que desde la segunda mitad de los años veinte, y sobre todo coincidiendo con el inicio de la II República en 1931, conseguirá insertarse plenamente en el tejido social de los principales núcleos urbanos, convirtiéndose en el referente del deporte espectáculo y en una de las principales actividades de ocio y entretenimiento de las clases populares. 

Como decimos, en un principio los sectores más distinguidos de la sociedad comienzan a incorporarse a la práctica de un deporte que había llegado a España a través de un buen número de trabajadores cualificados de otros países (principalmente ingleses) que habían llegado a España por motivos profesionales.

Lentamente el fútbol se fue mercantilizando y con la creación de la Real Federación Española de Fútbol y la posterior legalización del profesionalismo y la creación en la temporada 1928/1929 del Campeonato Nacional de Liga, dio pie a la incorporación de las clases populares y a convertir el fútbol en espectáculo de masas.

Fue en los años veinte cuando el fútbol en nuestro país comienza a adquirir unos valores que iban más allá de los propiamente deportivos y que generarían una identidad local, regional y nacional que arrastró a las clases trabajadoras, que veían como el triunfo de sus equipos suponían el triunfo de sus respectivas ciudades o regiones.

Esta incorporación proletaria al fútbol se debió principalmente a tres factores: la reducción progresiva de la jornada laboral, el éxodo rural a las grandes ciudades y por consiguiente el aumento demográfico de estas y el mayor poder adquisitivo de una clase trabajadora que se veía necesitada de llenar de contenido un nuevo tiempo de ocio.

En nuestra ciudad la Exposición Iberoamericana fue el motor de esa explosión demográfica de la que hablamos. La necesidad de mano de obra en sectores como la construcción y servicios motivó un éxodo rural que representó un aumento de población en la ciudad que hizo alcanzar la suma de 228.729 habitantes, con unos crecimientos relativos del 11´29 por cien.

Para dar cabida a este nuevo público de condición humilde y trabajadora, los clubes llevaron a cabo una política de abaratamiento de entradas y abonos que posibilitaron la incorporación masiva de unos aficionados que mostraron sus preferencias por el fútbol antes que por otras ofertas de ocio como el teatro o el cine.

En nuestra región el Sevilla FC fue pionero en estas políticas y en la primera mitad de la década de los treinta y ante la necesidad de aumentar los ingresos económicos, posibilitó la entrada a su recién construido campo de Nervión de un público con un menor poder adquisitivo, gracias a unos precios populares. 

Con la llegada de la II República y en cuanto a la práctica, el futbol sería una actividad que lograría extenderse entre los jóvenes trabajadores a través de la constitución de un buen número de equipos de barrios, comercios y empresas, consiguiendo integrarse en el tejido urbano en el que se ubicaban.

Otro factor importante que posibilitaría que las grandes masas populares se incorporarán al fútbol, fue la proliferación en los principales periódicos de información general de contenido futbolístico. La clase trabajadora demandaba un mayor contenido sobre futbol, un deseo acorde con el boom futbolístico del momento.

Tomando como ejemplo el caso del Sevilla FC , las continuas obras de remodelación del campo del Reina Victoria, con la construcción de nuevas gradas, mostraban como las clases populares iban cobrando protagonismo dentro de su masa social, un protagonismo que culminó con la construcción en 1928 del campo de Nervión, situado en una zona más cercana al centro de la ciudad y que provocaría que la media de espectadores aumentase en un nuevo recinto más amplio y que presentaba nuevas comodidades para un público proletario que veía en jugadores como Kinké, Brand o el mítico Eizaguirre unos nuevos héroes deportivos a los que la prensa se encargaba de encumbrar.

En definitiva, el proceso que había quedado definido durante los años veinte quedaría confirmado en la primera mitad de la década de los treinta, así, la clase obrera constituía la base en la que se sostenían los clubes más importantes en los núcleos urbanos de las principales ciudades del país.




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