Por José Melero, @JMelero1
Juan Arza llegó a Sevilla en el año 43. En aquella Sevilla de posguerra, de miseria, represión y cartillas de racionamiento, pronto iba a representar la ilusión de unos aficionados cuyo mayor interés era ir a ver cada domingo a este navarro heredero de la forma de jugar de aquellos jugadores sevillistas que en los años veinte habían creado escuela y que hacían de la magia de su futbol la expresión artística más acendrada. Porque Juan Arza, Juanito, "El niño de oro", tenía ese dominio exquisito del cuero, el toque, el quiebro, el regate del olé. El fútbol en su más sublime expresión. El arte por el arte.
Vino del Club Deportivo Málaga y el coste de su fichaje, fue de 90.000 pesetas, dos partidos amistosos y las cesiones de tres jugadores, siendo la contratación más cara hasta entonces para la entidad. El montante del traspaso y su extraordinaria calidad motivaron el apodo de "El niño de oro", ocurrencia de su entrenador Patrick O'Connell, para el que pronto se convirtió en su ojito derecho, hasta el punto que los compañeros de equipo le apodaron con mucha guasa "El niño de O'Connell".
Su debut se encuadró el 5 de septiembre de 1943 en Málaga, en uno de esos partidos amistosos que tenía acordado el club sevillista con el malagueño, como compromiso contraído por el traspaso.
Esa semana, ese año y esa época pertenecen a un tiempo en constante agitación: dos días antes de su debut, Italia capitula ante los aliados, se produce el comienzo de la I Legislatura de las Cortes Españolas (1943-1946) y comienza la repatriación de la División Azul, una unidad de voluntarios españoles que formó una división de infantería para luchar contra la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial y a favor del ejército de la Alemania nazi.
En sus 16 temporadas con el Sevilla, Juan consigue: La Liga 45-46, la Copa de 1948, el Subcampeonato de Liga 50-51 y 56-57, el Subcampeonato de Copa de 1955 y el Trofeo Pichichi de la temporada 54-55 con 29 goles.
Todo eso pasará poco a poco, con los días que se iban sumando en la vida de Juan Arza. Internacionalidades, partidos históricos, goles imposibles y actuaciones que le llevaron a que los grandes como el Madrid, el Barca u otros clubes de fama internacional pujaran por tenerlo en sus filas, ante la negativa de Ramón Sánchez-Pizjuán, que una y otra vez lo declaraba intransferible.
Una vez retirado su sapiencia futbolística lo llevo a ocupar el banquillo en distintos clubes españoles, entre ellos el Sevilla, en donde entrenó en varias etapas: temporada 65-66,67-68 y 68-69, y finalmente en la 72-73. Como entrenador del Sevilla, su mayor logro fue un ascenso a Primera División, conseguido en la temporada 68-69. También ocupó el puesto de delegado del Sevilla, en las décadas de los 80 y 90.
"Dorsal de Leyenda" del club, falleció en Sevilla el 17 de julio de 2011.
En 2005 el periodista y escritor nacido en Aznalcázar (Sevilla), Antonio García Barbeito, pregonero del centenario del Sevilla FC, glosó las virtudes futbolísticas de Juan Arza con una maestría sin igual. Unas palabras cuyo texto se hace necesario rescatar, con la idea de que no se pierda dada su belleza y pueda ser recordada los máximos años posibles.
Decía así:
Los más viejos que conocí hablaban de un muchacho de por ahí, uno que vino y empezó a darle al césped categoría de flor de la canela. Dicen que la tocaba, la llevaba con el mimo con el que se enseña a andar a un hijo, la escondía como si fuera una bolita de trile y cuando se daban cuenta los contrarios ya iba la cosa tres a cero. No es andaluz, pero dicen que en los pies tenía las manos del bordador Juan Manuel. ¡Cómo lo contaba Manuel, que se hizo sevillista por él! Y la pedía, decía dámela y se iba que parecía que el balón era de chapa y corría sobre un imán bajo la yerba. El balón en los pies, la vista larga, y ná del otro mundo: estilizao como una bailarina, pero con cinco diablos en las botas. La cogía, se regateaba hasta el del marcador, y se iba tan niño y tan chulo con el balón y se entretenía en contarle los nudos a la red. Y es que lo hacía hoy, y mañana, y pasao mañana, y cuando quería. Era un chaval, veintidós o veintitrés años, pero tenía la gracia de Sevilla en los pies y la agilidad de una pantera. Veinte o veintidós años. Cuando la cogía y la coronaba, el Sánchez- Pizjuán se le venía encima, aplaudiéndole como si fuera un torero, y es que era torero, con aquella gracia que tenía jugando. ¿Tú qué sabes, si tú no has visto jugar a Juanito Arza?
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