Por José Melero - @JMelero1
Marcelino Vaquero González del Río, Campanal II (apodo), llegó a Sevilla por el río Guadalquivir, lo cual no deja de ser, cuando menos, pintoresco. Era el 16 de septiembre de 1948. Un hecho lejano en el recuerdo, pero vivo en la memoria de un Marcelo Campanal que antes de su fallecimiento y en innumerables entrevistas, lo contaba con todo lujo de detalles. Su tío Guillermo, Campanal I, aquel delantero sevillista que formó parte de la "delantera Stuka" y de la selección española, lo esperaba en el margen derecho del río, junto a la Torre del Oro, cuando llegó a bordo del barco carbonero Elita, en un trayecto que duró 4 días y en los que compartió camarote con los marineros desde su salida en San Juan de Nieva, en el concejo de Avilés. Hubo que esperar a que subiera la marea en Sanlúcar de Barrameda y desde allí en lancha a la capital de Andalucía.
El apodo de Campanal se debe al nombre de una empresa de conservas de la cual eran dueños su familia y la de su tío Guillermo Campanal.
Al principio, Marcelo era un aprendiz, un atleta con magníficas condiciones, pero sin dominio del balón. El Coria, esa magnífica "cantera" sevillista; el Iliturgi y, un buen día, Campanal apareció como titular en el Sevilla y ya, como años antes su tío Guillermo, se impuso para siempre en el Sevilla CF. También, como a Campanal I, el club que lleva el nombre de la ciudad le había conquistado.
Partido tras partido, cada temporada Campanal II se reafirmaba en la zaga sevillista, se ganaba su puesto y el joven de muchos recursos y poca experiencia, cuajaba en el gran futbolista que llegó a ser, indiscutido e indiscutible en el club blanco y en la selección española, en la que debutó con tan solo 21 años y llegó a ser capitán con 24.
Su primer partido de Liga con el Sevilla (antes había debutado en un partido de la Copa Confederación de Andalucía, un año antes) lo jugó en la temporada 1950-1951 en el viejo Nervión, ante el Atlético de Bilbao, un 10 de diciembre de 1950, con victoria sevillista frente a los vascos por un gol a cero marcado por Oñoro. Busto, Guillamón, Antúnez, Campanal II, Alconero, Enrique, Oñoro, Arza, Araujo, Herrera I y Doménech fue la alineación.
Desde entonces, desde su debut, se puede decir que Marcelo, como el César, llegó y venció. Venció porque durante años y años fueron sus músculos, su corazón y su entusiasmo prendidos tras el escudo del Sevilla los que se sobrepusieron. Campanal era un atleta que había participado en juegos nacionales. Saltaba longitud y pértiga, corría, nadaba, en fin se le daba bien todo tipo de deporte. Era un defensa elástico, de pegada seca y decisión bravía, que se jugaba las piernas en busca del balón. Era duro, pero el lesionado siempre resultaba él.
Como aquella vez que el madridista Gento en un cruce le metió un tremendo rodillazo en el costado. Al acabar el partido el asturiano tenía ganas de orinar y cuando llego al vestuario y orino sangre, lo llevaron corriendo a urgencias. El riñón "desapareció" con el tiempo fruto de aquel golpe. A partir de ahí los Sevilla - Madrid ya no fueron lo mismo. Cuando se enfrentaban después de aquel partido, Gento no quería saber nada de él. No se emparejaba con el sevillista, no hacía ninguna arrancada. Cuando lo veía salir, soltaba el balón rápido.
Iriondo, Juncosa, Ipiña, Kubala,Di Estefano o el propio Gento, fracasaban ante el "Huracán de Avilés", como le bautizó el doctor Leal Castaño. Las imágenes de su etapa de jugador le muestran saltando y poniendo sus pies casi a la altura de las cabezas de los rivales. Sin usar los brazos. Volando.
Para la afición española se había convertido en un exponente de la furia y la raza del fútbol español de esos años. En 1956 recibió el premio "Patricio Arabolaza" con el que Marca premiaba la garra, el pundonor y el espíritu de la furia española. Dos años antes, en 1954,el Instituto de la Opinión Pública realizó una encuesta en la que el defensa llegado desde la verde tierra astur era elegido el mejor jugador español, seguido de Kubala, Zarra y Gainza.
Sería interminable narrar las mil y una anécdotas que el avilesino nos regaló con su fútbol, como aquel salvaje partido de la selección al que se le llamó la "batalla de Estambul", que terminó con un niño escogiendo qué equipo se quedaría fuera del Mundial de Suiza. Y donde a su vuelta a España fue sacado a hombros del aeropuerto madrileño de Barajas por los aficionados españoles. O aquel partido en Oporto que acabó, literalmente, a palos. Fue en 1961, en un amistoso. Había un ambiente terrible. En el segundo tiempo un rival le partió la nariz a Romero. El bravo defensa asturiano fue para allá y le sacudió. Fueron todos a por él. Se metió corriendo con un banderín de córner en la portería, para que no le sacudieran por detrás. La policía le pegaba porrazos, pero si no es por ellos le hubieran matado. Se "cargó" a cinco o seis del Oporto. Tuvo que indemnizarlos con doscientas y pico mil pesetas de la época. Al juicio los portugueses fueron vendados. Pasó dos noches en la cárcel, pero luego le hicieron un homenaje en el parque de María Luisa, con miles de sevillistas presentes.
Muy comentado fue aquel Trofeo Carranza, el cuarto que disputaba el Sevilla tras haber ganado los tres primeros, contra el Madrid. El choque iba empatado cuando Marcelo hizo una dura entrada al final de la primera parte. Al descanso, el Madrid dijo que si Campanal volvía al campo, ellos no disputaban la segunda mitad. El alcalde de Cádiz, hermano del presidente del Sevilla accedió y Marcelo no salió en la segunda parte. Ganó el Madrid.
En el Sevilla jugó un total de 16 temporadas: de 1950 a 1966, consiguiendo dos subcampeonatos de Liga (50-51 y 56-57) y dos subcampeonatos de Copa (1955 y 1962). En total jugó 401 partidos de competición oficial, entre Liga, Copa y Copa de Europa. Fue 11 veces internacional absoluto.
El tiempo, implacable en sus designios, hizo que Campanal tuviera que dejar el fútbol tras jugar la campaña 1966-1967 en el Deportivo de La Coruña y posteriormente en el Real Avilés C. F. Entonces el asturiano llano, recio, noble y competitivo como él solo, se dedicó a practicar el atletismo, su otra gran pasión, conquistando grandes marcas y premios en múltiples modalidades deportivas en la categoría de veteranos.
Su corazón se paró a los 89 años, en mayo de 2020. Aquel futbolista por el que se interesó el FC Barcelona, Inter de Milán o Real Madrid y que don Ramón Sánchez-Pizjuán declaraba una y otra vez intransferible, dejaba tras de sí una vida dedicada al fútbol y al deporte. Se iba un mito, que aunque nacido en el norte de España, tuvo una vinculación con Sevilla que le venía de familia y que se inició a la temprana edad de 17 años.
Su apellido venció al tiempo cuando antes de su fallecimiento, el 22 de noviembre de 2011, recibió con honores el III "Dorsal de Leyenda" del club de su vida. Aquel día en que su afición de siempre brindó por una vida llena de saltos y despejes, para un futbolista que sabía volar.
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