Por José Melero - @JMelero1
En 1921 se produjo el “Desastre de Annual”, una grave derrota militar española en la guerra del Rif y una importante victoria para los rebeldes rifeños comandados por Abd el-Krim, donde murieron once mil quinientos miembros del ejército español. En ese mismo año se forma el Partido Comunista de España a raíz de una escisión del Partido Socialista Obrero Español, es asesinado el Presidente del Consejo de Ministros Eduardo Dato, cuando regresaba en su automóvil a su domicilio y fue tiroteado por varios pistoleros, se estrena la película “La verbena de la paloma” y en Madrid el Sevilla Football Club golea al Athletic Club de Bilbao en las semifinales de la Copa del Rey por cuatro goles a dos, mostrando un estilo de juego que asombró por lo afiligranado del mismo y que con el tiempo crearía escuela.
El extraño bote del balón que se daba en los campos secos y duros de los arrabales sevillanos les había obligado a perfeccionar la técnica para así controlar el esférico y poder pasarlo de un jugador a otro a ras del suelo. Eso, y que había que sortear con habilidad a unos rivales físicamente más potentes que ellos y que practicaban un juego que había nacido salvaje.
Tras aquella semifinal de Copa disputada en la capital de España y donde el club blanco fue eliminado por alineación indebida, el juego del Sevilla alcanzó una fama que hizo que a través de la prensa y el boca a boca, se posibilitara que desde todos los puntos de España solicitaran a la entidad sevillana el poder contratarlos para jugar partidos amistosos y saciar esa curiosidad que sentían los aficionados españoles por presenciar ese juego que llamaban de pase corto.
Jugaba el Sevilla un fútbol alegre, como la ciudad y digno de la voluntad de belleza de su gente. Jugadores como Escobar, Spencer, Brand, León o Kinké, este último llegado desde tierras catalanas, al que se podría considerar el director de orquesta y que hacía posible que un equipo como el Sevilla, que tenía música en su juego, no desafinara.
La prensa bautizó a su delantera como “La línea del miedo”, ya que era verdadero pánico lo que infringía a las defensas rivales, hasta tal punto que el propio rey de España, Alfonso XIII, se deshizo en elogios hacia el club blanco, afirmando que los futbolistas sevillanos “sustituían con habilidad y astucia la pujanza y fiereza norteña". Partido tras partido, la multitud se agolpaba para ver a aquellos hombres escurridizos como ardillas, que jugaban al ajedrez con la pelota. Unos futbolistas que preferían el pase cortito y al pie, al juego de pase largo y la pelota alta.
Pero por diferentes motivos este estilo no fue el que se implantó en el fútbol español, la permisividad arbitral con el juego violento, no solo en España si no en el futbol mundial, hacia muy difícil que la escuela sevillista saliera triunfante en los envites frente a los equipos del norte de España, que practicaban un futbol rudo y de contacto y que estaba muy influido por los terrenos de juego embarrados llamados “campos blandos”. Luego, cronistas, federativos y técnicos norteños arrimaron el ascua a su sardina e hicieron campaña para que fueran los jugadores de sus respectivas regiones los elegidos para representar a España en las Olimpiadas de Amberes de 1920, en la que una medalla de plata de la selección valió para consolidar definitivamente ese estilo que fue bautizado en tierras belgas como la “Furia española”.
Lo que vino después no tiene que ver nada con el éxito del futbol español precisamente, ya que en las siguientes Olimpiadas, las de Paris de 1924, en las que ahora si la FIFA protegió más a los futbolistas del futbol violento imperante hasta ese momento, tuvo una decepcionante participación española, saliendo vencedora la selección de Uruguay, que practicaba un futbol que deslumbró al mundo con un juego de pase corto y con relampagueantes cambios de ritmo y fintas a la carrera. Aquel magnifico futbol uruguayo que lo hizo campeonar en 1924, también le hizo ganar las Olimpiadas de 1928 y los Campeonatos del Mundo de 1930 y 1950.
Sin embargo, España, pese al fracaso olímpico siguió anclado en ese viejo futbol de fuerza y de garra, carente de toda clase de recursos técnicos y que la iba a asumir en la más absoluta mediocridad. Los jugadores norteños y más concretamente los vascos, fueron captados por la mayoría de clubes del país y raro era el equipo que no tenía uno o varios jugadores de aquella región en sus filas. Ya durante el franquismo el País Vasco se convirtió por obra y gracia del fascismo español, en la quintaesencia de la nación española y el Athletic Club de Bilbao en representante de la “furia española”, ganándose pronto las simpatías del régimen franquista, al ser el único equipo de la elite que alineaba solo a jugadores españoles.
Pese a esta hegemonía del futbol de pase largo, el gusto por el futbol afiligranado siguió instalado en nuestra ciudad y los futbolistas más técnicos seguían siendo los preferidos del sevillísmo, que veía como el Club ya no iba a perder sus señas de identidad, que le iba a acompañar durante décadas y que le iba a hacer un equipo con un indiscutible sello propio dentro del futbol español.
No se puede saber que hubiese pasado si el futbol del que era abanderado el Sevilla se hubiese impuesto al que se jugaba en el norte de España, posiblemente la selección como ocurrió con la llegada del llamado tiki-taka hubiera alcanzado antes los éxitos y no es descabellado pensar que el protagonismo que alcanzó el Athletic Club en el futbol español hubiese sido ocupado por quien ostentaba otra forma de jugar como era la del Sevilla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.